LA CREACIÓN EN OCHO CÓMODOS PASOS. JORNADA PRIMERA

La situación era bastante peor de lo que cabía imaginar. El caos del que Yahvé se había advertido a sí mismo hacía que todo tuviese la pinta de un parque urbano tras un macrobotellón. Pero todo, todo. Allí había tajo para él, y otros cuantos como él.

Porque de los ángeles, mejor olvidarse. Andaban siempre distraídos revoloteando de acá para allá. Tocando liras y trompetas, y voceando «¡Aleluya!» por cualquier cosa. Hombre, estaban los que habían sido expulsados, que no se andaban con tanto melindre. Pero la cosa estaba muy reciente; seguro que aún había mucho resentimiento.

El solo, pues…

Tentadito se sintió de dejarlo todo tal cual, y allá se las compusiera el… la… No sabía cómo llamar a aquello.

—No sabes cómo llamarlo, ¿eh? Claro. ¿Qué esperabas? Ni he creado nada aún, ni le he puesto nombre.

Lo lógico habría sido recibir una respuesta de sí mismo. Así había sido siempre, y así sería por los siglos de los siglos. Pero esta vez no había funcionado. Él se había retirado a descansar, y se había dicho que no lo molestase hasta que se viera algo hecho. Lo cual nos lleva a una revelación inédita: ese «¿qué esperabas?» fue la primera manifestación de la creación, el kilómetro cero de la misma, y pasaría a los anales de la Historia con el nombre de «pregunta retórica». Es una lástima que no hubiese algún lingüista presente para dar fe, por lo que el descubrimiento del hecho, que no su invención, se retrasaría algún milenio que otro.

Bien, volvamos a la escena original: Yahvé frente a un caos con muy mal aspecto.

—Bueno, pues sí. Me apetece crear el mundo. Pero, visto el panorama, lo que no me apetece es andar limpiando y recogiendo todo el día.

»Así que aunque vaya a darle una primera limpieza a esto, lo primero me voy a hacer un rinconcito para mí. Yo me ocuparé de lo mío, y los que vengan, de lo suyo. Que cada palo aguante su vela».

De este modo tan simple, y tan fácilmente comprensible, resultó una primera división de la realidad, a la que se atribuye el carácter de principio de la creación. Los cielos, por un lado, y la tierra por el otro. También una división primaria entre «arriba» y «abajo» que influiría grandemente en el desarrollo de la Arquitectura y la Sociología. Pero eso es otra historia.

Tras este paso primigenio, se dijo Yahvé que para hacer una labor eficaz ahí abajo necesitaba ver claramente la tarea por realizar. Qué desechos iban a cada contenedor, qué elementos podían recogerse para darles una segunda vida… y qué podría barrer bajo la alfombra, porque, total, nadie iba a verlo y afearle la conducta.

«Arrojemos luz sobre todo esto».

Y la luz se hizo. Abundante y resplandeciente.

Yahvé vio que, con luz, su labor resultaba más eficaz. Mucho más eficaz. Pero, espíritu práctico, se dijo que aquello tendría unos costes, que no serían bajos. Además, que tampoco era plan pasarse todo el tiempo dale que te pego poniendo orden. Así que, de una tacada, se sacó de la manga la tarifa nocturna, y, ya de paso, creó día y noche, para darse un tiempo de descanso razonable. Sin que fuese necesaria la acción sindical. Eran otros tiempos. Se lo apuntó para dedicarle el tiempo conveniente cuando hubiere menester.

Cuando, con un efecto fotogénico de muy notable factura para ser una primera vez, el día se hizo noche, se retiró a sus flamantes cielos —nuevecitos, por estrenar— a disfrutar del reposo. ¿Se avisaba a sí mismo para que al día siguiente, con toda la luz, pudiese ver lo hecho hasta el momento?

No. Le parecía poco aún. Cuando el trabajo estuviese algo más adelantado.

Ahora era momento de cerrar los ojos, y…

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