Se dice que la maldad de los hombres enojó a Yahvé, y que este los castigó con un diluvio, y sobrevivieron muy pocos. Algunos, los más avisadillos se dijeron que eso no podía suceder más, y, con el tiempo, se pusieron a construir una torre que llegase al cielo para no mojarse los pies si al Altísimo le daba por ponerse tremendo otra vez. Pero las cosas no salieron como esperaban…
La mentalidad empresarial del egipcio Djen sufrió un duro golpe cuando vio el panorama que se extendía ante él. En una explanada cuadrangular que tendría unos mil codos¹ de lado se amontonaban al desgaire bloques de buena piedra caliza y montones desordenados de ladrillos de adobe. Cuadrillas de obreros ociosos, que miraban a los recién llegados con una mezcla de curiosidad y hostilidad, se sentaban en silencio por aquí y por allá. Las herramientas, tiradas por el suelo, mostraban los primeros indicios de corrosión, y las grúas y otras máquinas de obra chirriaban quejosas de que nadie las lubricase de vez en cuando.
¿Aquí era donde iba a levantarse una torre que llegaría al cielo? Mucha pinta no tenía, la verdad.
Menos mal que él estaba allí con su caravana de sabios, reclutados de todos los rincones del mundo conocido. Una tropilla de escribas, sacerdotes del bajo clero y estudiosos, versados en las lenguas de la región. Un total de diez contando al propio Djen. Al rescate de la que se había calificado unánimemente como la obra más grande de todos los tiempos.
El egipcio se dirigió hacia un tipo que se sentaba aparte, y que era la viva imagen de la derrota. Desgreñado, con restos de comida pegados a una barba descuidada, la ropa sucia y arrugada y el ánimo haciendo compañía a su sombra en el suelo. «Un babilonio», dedujo Djen por su vestimenta: una especie de chal rojo descolorido por el sol, lleno de flecos y borlas, y un gorro bajo, parecido a una caperuza truncada, que alguna vez fue blanco.
—Buenas. Somos el equipo de traductores —presentó el de Menfis a su comitiva.
El babilonio levantó su mirada y se esforzó en dibujar una sonrisa de bienvenida.
—¡Hombre, qué bien que hayáis llegado por fin! Esto es un sindiós.
—¿Qué ha pasado?
El babilonio empezó a contar que los trabajos iban bien, hasta que hubo una tormenta muy fuerte. Que cayeron un montón de rayos que arruinaron la construcción ya realizada, y que una nube con bordes de fuego había bajado hasta el suelo, cubriendo toda la superficie de la obra.
Que cuando la nube se retiró y se dirigió a los trabajadores para que despejasen el terreno, nadie le hizo caso, como si no entendiesen lo que decía.
—Pero lo peor fue cuando empezaron a hablar…
Se quejaba el capataz de que aquello había sido un galimatías ingobernable. Cada uno hablaba una lengua diferente, y nadie se entendía con nadie.
—Bueno, pues para eso hemos venido.
—Y no sabes cómo os lo agradezco, porque aquí los incumplimientos de los plazos de las obras no se solucionan precisamente con una multa.
»Por cada semana de retraso en la entrega, me rebanan un dedo. Si llega al mes, la mano entera. A los tres, eunuco. Etcétera».
—¡Joder! No se andan con chiquitas los patronos, no. En fin vamos a probar.
»A ver chaval, tú —se dirigió a uno de los obreros—. Dime algo, a ver qué lengua hablas.
—Pardonnez-moi?
—¡Contra! Eso no me suena. ¿Y a alguno de vosotros? —Se volvió a su equipo. Caras de estupor. No le sonaba a ninguno—. Bueno, a ver otro. Tú…
—Sorry?
Y «¿Mande?», «Bitte?», «Prego?», y otras cuantas lenguas más, todas diferentes que allí nadie conocía. No había nada que pudieran hacer, concluyó Djen al cabo de un rato.
Un sindiós, sí.
—Chico, date por jodido —intentó el egipcio consolar al abatido babilonio, pasándole un brazo por los hombros—. Lo hemos intentado, pero…
»Y tú, ¿de qué te ríes, capullo? —preguntó al traductor de arameo, un galileo que estaba desternillándose—. ¿Qué gracia le ves a esto?»
—Los rayos, la nube de fuego, lo de lenguas que nadie entiende… Todo eso tiene el sello de Yahvé, el dios de Israel. Se ve que no le ha hecho gracia la bromita esta de la torre, y…
—¿Y qué? —preguntaron egipcio y babilonio al alimón.
—Pues que, como dice el jefe, date por jodido, babilonio. Porque entre los dos sumaréis muchos dioses, pero con la mala follá de nuestro Yahvé cabreado, ninguno.
¹ Codo egipcio: medida de longitud equivalente a 45 cm.
Ilustraciones. “La Torre de Babel”. Pieter Brueghel “El Viejo”. 1563.
(La otra, ya se sabe. Pensando en lenguas…)
Otro maravilloso capítulo. Me he reído al leer esta versión tan fresca. 😂 muy bueno Miguel
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Ay, madre que ya no sé si he respondido antes. En cualquier caso, muchas, muchas gracias por tu comentario. Celebro que hayas pasado un buen rato con este capítulo.
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