La historia de los primeros hermanos de los que se conocen noticias tiene su miga. Empezando por su concepción y venida al mundo. ¡Caro le salió a su madre el capricho de la manzanita! Bueno, y al padre, también. Porque de vivir una vida regalada en un edén —el Edén, en realidad—, tuvieron que pasar a apañarse con una grutilla de setenta metros cuadrados, cuidar de la parentela que Eva traía al mundo entre dolores de parto, y buscarse las habichuelas. Mira que hay frutas ricas, que además no hay que andar trepando a los árboles, o estirarse para alcanzar las ramas para disfrutar de ellas. Pero, oye, se metió la bicha por medio, y la que organizó, la muy lianta.
En fin, volvamos a los hermanos. En esto, el Génesis es como un resumen de prensa, inmune a la Paleontología. Que si Caín fue el primero en nacer —sin dar detalles, ¿eh? Apto para todos los públicos—. Que si se dedicó a la agricultura, mientras su hermano pastoreaba la cabaña ovina de la época. Y poco más hasta que, ¡ay!, llegó el momento de retratarse ante la divinidad. Presentación de ofrendas. Como los impuestos de ahora, pero en especie.
El muchacho de la dieta saludable dispuso todo lo necesario para una apetitosa parrillada de verduras: calabacines, espárragos, pimientos, etcétera. Todo, producto de cultivo biológico, respetuoso con el medio ambiente —era fácil: sin empresas químicas, ya me contaréis— . El ganso de Abel, en cambio, cogió un cordero, y ante el Altísimo que se plantó con él y un cuchillo al cinto.
Fíjate tú qué curioso que el justo y misericordioso Yahvé tenía aquel día el pío de unas chuletillas. Así que se entretuvo picando un poco de las verduras, por cortesía, mientras la boca se le hacía agua ante la imagen y el aroma del costillar de cordero que se asaba sobre unas brasas.
Al terminar el banquete, los parabienes fueron, lógicamente, para el pastor. Y todo un plan de jugosas subvenciones a la ganadería. Caín, por su parte, hubo de contentarse con unas palmaditas displicentes en la espalda, promesas vagas de que «algo habría para él, también» y el mensaje nada subliminal de que el que molaba era su hermano.
La semilla de la discordia acababa de ser plantada.
Ilustración: “Los sacrificios de Caín y Abel”. Julius Schnorr von Carolsfeld. 1860.