LAS DE CAÍN (2). HISTORIA SAGRADA CHUSCA REVISITADA V

El rebaño de Abel prosperó y creció como la espuma. Que de vez en cuando un cordero se fuese en una cuchipanda con el glotón Todopoderoso no era ningún problema. Los fondos seguían llegando, abundantes y regulares, y la prosperidad se había instalado en la cueva de soltero del ovejero.

(Esto de la cueva de soltero no pasa de ser una especulación, aunque existen datos objetivos que podrían respaldarla. El tabú sobre el incesto ya estaba ahí, y todo ser humano que venía al mundo era hijo de los mismos progenitores. O sea, hermanos y hermanas a porrillo; pero de novias, na de na).

Caín, en cambio, continuaba viviendo en la cueva familiar, con un nivel de intimidad cada vez menor. Eso le tenía un poco quemado. Bueno, eso y que, por mucho que doblase el lomo en su huerta, la tierra no era muy fértil, y las cosechas daban lo justo para ir tirando. Todo junto provocó que la sangre se le envenenase poco a poco, y un mosqueo bastante notorio empezase a crecer en su corazón hacia su antaño querido hermano. La puñetera envidia.

Hasta que el día llegó en que, dando un garbeo los dos solos por el campo, no supo controlarse. Abel no paraba de hablar de productividad, de ratios de eficiencia y prospectiva de mercados. Muy crecido él, en plan Lobo de Wall Street. Y Caín aguantando mecha, hiperventilando y más cabreado que una mona.

Así que lo mató. Ya; así de simple. Lo pasaportó, lo liquidó. Eso dice la fuente. Sin explayarse en detalles. Lo de la quijada de asno parece que es una licencia literaria que alguien se tomó mucho tiempo después. La Revelación solo expone los hechos, mondos y lirondos. Se lo cargó, y, cabe imaginar, ocultó el cadáver, a la espera de que las alimañas diesen cuenta de los restos.

Como el niño ya hacía vida por su cuenta, su desaparición no causó alarma inmediata en sus padres, ocupados como estaban en procrear y atender a los vástagos que iban llegando —era una responsabilidad eso de que de tu linaje descendiese toda la especie humana—, pero sí en un personaje que, ocioso tras haber creado el mundo, andaba por allí zascandileando. Se acercaba el finde, y se le antojaba una buena paletilla asada al estilo de Aranda de Duero.

Ilustración: “Caín matando a Abel”. Jacopo Robusti, “Tintoretto”. 1552.

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