—¿Un anillo de compromiso? ¿Para una mujer joven?
»Tengo estos solitarios. Se venden muy bien. Oro rosa y diamante. Un clásico con diseño actual…».
—Muy bonitos. ¿Me enseña ese?
La destinataria se llamaba Laura. Como la chica de la vieja canción, «Dile a Laura que la quiero». Su canción.
Años de novios; la sorpresa de un bebé en camino.
Él era un poco chapado a la antigua. ¿Qué iba a hacer? Casarse con ella, claro. Darle todo.
«Sobre todo, un anillo de diamantes».
Cobraba un sueldo modesto. No había carreras de coches en las que competir por premios en metálico, como hacía el chico de la canción.
Pero tenía imaginación.
Algo se le ocurriría.
—Es precioso. Voy a acercarme al escaparate para verlo a la luz del sol.
Joyería de barrio. Local pequeño. La puerta, a dos pasos. Una carrera corta para salir. Una vez en la calle…
Un movimiento brusco lo delató, y los nervios le pusieron la zancadilla. Un joyero que tenía un mal día y un revólver cargado bajo el mostrador hicieron el resto.
Por Laura, para Laura. Tres rubíes en su espalda engarzados en el plomo de la munición. Joya de un amor que nunca morirá.