Y, tratándose de precuelas, ¿cómo iba a faltarnos esta historia? Con este « A-Marte» se pusieron los cimientos para la maravillosa colaboración con Carmen Villarejo (en plan «tanto monta…»), que eclosionó en el Sainete.
Carmen: esta balsa es tu casa. Siempre tendrás tu hueco, y yo la idea de que contigo «lo mejor está por llegar».
Muchas gracias por acompañarnos hasta aquí. Y para quienes conozcáis el texto de una publicación en otro foro: esta es una remezcla de lo que leisteis entonces. Otra forma de contarlo.
A-MARTE
«Oso». Mi Centro Holístico Unitario de Procesamiento de Información (C.H.U.P.I.) me dijo que ese ser vivo peludo de aspecto feroz se llama así en la Tierra. Menos mal que se salvó del choque, mi C.H.U.P.I. Sin él estaría perdido.
Pues bien, un oso me había tenido toda la noche subido a ese «árbol» —así clasificó mi procesador a la entidad vegetal inanimada que me sostenía en alto—. ¡Vaya comienzo de expedición de contacto! Colgado de una «rama». Que viene a ser un brazo del árbol; ¡cúanto sabe C.H.U.P.I.!
Tenía que haber aterrizado mucho más al este, pero se estropeó el sistema de frenado, y no tenía ni idea de dónde había ido a parar. ¡Vaya papelón! Un explorador del planeta Pochol-O atrapado y perdido en la Tierra.
Ya había amanecido, y el oso seguía al pie del árbol. Yo estaba entumecido. Decidí probar a hacer unos ejercicios para tonificar brazos y piernas. Entonces…
¡Crack!
Todo sucedió en un parpadeo. La rama se rompió con un crujido seco y grave, que resonó como un trueno por el paisaje solitario, y caí al suelo con estrépito. El oso, asustado por el movimiento brusco y por el sonido inesperado, volvió grupas, y echó a trotar hacia una zona donde la vegetación era más tupida. Yo…
Yo aproveché para perder el sentido a causa del susto y del impacto. Menos mal que un lecho de ramas y hojas amortiguó el golpe.
(…)
Hola, chicas
Perdonad la tardía respuesta a vuestros mensajes, pero es que he estado muy ocupada estos últimos días. No penséis que no me he acordado de vosotras, pero es que era tal la circunstancia que no pude ni sentarme a dedicaros un rato, espero me perdonéis.
No vais a creer lo que os voy a contar. Sabéis que salgo siempre a pasear con Windsor por la carretera comarcal que rodea el bosque de mi cabaña. Hace tres días, durante el recorrido, Windsor comenzó a ladrar de forma nerviosa, como alertándome de algo no habitual. Pensé que sería un conejo o algo así. A mi chucho le privan, ya lo sabéis. Pero no, esta vez no vi nada moverse y ante su insistencia decidí adentrarme en la vegetación y caminar hacia unas retamas espesas que bordeaban un claro y quedé petrificada. Todo mi vello pelirrojo erizado, ya sabéis que no me depilo así que, imaginad el cuadro. Allí, entre la hojarasca, encontré un cuerpo en posición fetal. El estómago me dio un vuelco. Me agaché a comprobar sus constantes vitales, como suelo hacer siempre en la recepción de urgencias de mi hospital, cuando el médico de guardia ha salido a fumarse un piti y me toca a mi el cribado. Todo un clásico, vamos:
«Pulso, positivo. 58 pulsaciones, algo decaído. Pupilas reactivas a la luz. Temperatura, algo baja. Respiración, lenta pero regular».
Estaba vivo, no cabía duda. lo moví un poco para ver si reaccionaba. Emitió un gemido leve, pero apenas recuperó la consciencia. Llevaba una vestimenta algo pasada de moda, pero su aspecto era bueno. Un tío de unos cuarenta y tantos, pelo castaño, algo lacio y ralo, fibroso y con unas piernas super largas. De esas que me gustan a mí, jeje.
Al lío: le desabroché el pantalón y la camisa. Necesitaba ver que no tenía alguna herida o daño físico en el abdomen. Nada, limpio, pero ¡atención chicas! Algo inaudito: ¡No tenía ombligo!
Retrocedí asustadísima. No podía ser. Es imposible, pensé, a la vez que observaba como el tipo se despertaba de su letargo, desorientado y desvalido.
Me quité la chaqueta de lana que llevaba, porque el día no estaba muy apacible, y se la puse por encima. Sus ojos eran transparentemente azules. Que grima, chicas. Sus manos estaban frías y se extendieron como para pedir auxilio. ¿Qué podía hacer? Como supondréis, le ayudé a levantarse y se abalanzó hacia mí, en un abrazo extremo.
Con esto del Covid hace mucho que no me como una rosca, lo sabéis. Y además me da un repelús tremendo los contactos con extraños. —natural ¿no?— Pero dejé que se apoyara en mi brazo y ante el olisqueo al que le sometió Windsor, se estrechó más a mi brazo. Vamos, que colocó su antebrazo en mi teta y pensé: ¡Joder el tío este…!
(…)
Cuando recuperé la consciencia, pensé que mi misión en la Tierra había terminado, y me encontraba de vacaciones en la colonia venusina. Una criatura de aspecto pocholoide de una belleza deslumbrante me miraba y tocaba con dedos amables y seguros. Me hablaba, pero no conseguía entender su mensaje. Aún estaba atontado por el choque.
Me ayudó a ponerme en pie, y a caminar apoyado en ella. La acompañaba un ser inquieto y escandaloso, que no dejaba de gruñir y chillar. ¡A ver si me había librado de una amenaza, y ahora me las tenía que ver con otra! Hice un esfuerzo para recordar las clases de fundamentos de lenguas terráqueas, y, en varias formas le pregunté qué era aquello. «Perro. Se llama Windsor. ¡Windsor, deja de ladrar!»
«Vinsor. Pero. Latra… ¿Peligro?» —pregunté.
La muchacha negó con la cabeza, y siguió hablando. Pasé un rato tenso entre que no cesaban los dolores del castañazo, ni la actividad frenética del pero. No las tenía conmigo. Vinsor no me daba buena espina, y yo me acerqué más a la humana. Noté que mi antebrazo rozaba una parte del cuerpo de la terrícola que era blandita y suave. Intenté recordar lo aprendido en clase de anatomía comparada. Y caí en la cuenta. Esa era una parte propia de las hembras, que las pocholitas tienen muy poco desarrollada, pero a las humanas les crece más. También me acordé de que tenía muchos nombres, y que el profe dijo que los terrícolas machos manifiestan cierto entusiasmo en tocarla y acariciarla. Empezaba a entender por qué. Tomándola en mi mano, con ánimo de comunicarme, le dije uno de los muchos nombres:
—Teta…
Tendría aspecto de delicada belleza venusina, pero el manotazo que me pegó en la cara parecía dado con la misma fuerza gravitacional de Júpiter.
(…)
Llegamos a mi choza, ya sabéis, todo manga por hombro. Los restos de la última cena, la ropa por las sillas, los cacharros sin fregar. ¡Como para recibir visitas! Pero bueno, como este hombre estaba medio mareado supuse que no repararía en mi desorden.
Le llevé a mi cama y le invité a tumbarse. Le quité los zapatos desgastados que llevaba y le tapé con la colcha, por si cogía frío. Más del que hubiera podido coger ya, quiero decir. Ya sé, ya sé, estáis que trináis por mi desatinada decisión de meter un tío desconocido en casa, pero ya sabéis como soy. Me va la marcha.
También os diré que un poco de compañía no viene mal. Desde nuestra última merienda conjunta, na de na. No sé cómo andaréis vosotras, que sois muy putitas jajajaja, pero yo…
(…)
Me gustó, su casa. Me recordó la época en que era cadete, y me iba de exploración con los compañeros. Montábamos unas juergas tremendas, y bebíamos mucho zumo de frutos espinosos sintéticos, que tenía efectos euforizantes. Aquello era casi igual al panorama después de una fiesta, menos el olor.
Yo tengo el olfato muy sensible, y bien entrenado, pero no reconocí aquel aroma. Debía de ser algo propio de la Tierra. Flotaba por toda la estancia, como si fuese una nube. Cuando la humana se paró a mi lado, descubrí que ella era la fuente de ese olor. Venía de su pelo, de su cuello, de su ropa. Era tan intenso, tan embriagador, que sentí que me caía otra vez…
(…)
«Pues bien y… ¿ahora qué hacemos?» me dije. Aproveché para recoger un poco el salón y el baño. Miré la nevera, no había mucho que ofrecer. Una tortilla de patata en un táper, algo de caldo en un tarro de cristal, cervezas, queso y leche. El caldo no tenía buena pinta, debería haber hecho más, pero es que no encontré por el congelador ningún hueso que me pudiera dar sustancia. Hasta que no cogiera la pickup y fuera al supermarket no podría hacer más.
Preparé en una bandeja las viandas que consideré y las dejé en la mesa del salón. Cuando llegué al dormitorio, el individuo estaba desperezándose y aparentemente estaba más despabilado.
—Hola —le dije. Pero el solo me miraba con esos ojos que me daban una grima que… Insistí en provocar una conversación. Le pregunté de dónde era, qué le había pasado, qué hacía por esta zona y todas esas cosas, ya sabéis, pero nada, sin respuesta.
—Anda vamos a comer algo —le dije ayudándole a levantarse. Estaba un poco sucio, pero pensé que lo mejor sería que repusiera fuerzas y luego le invitaría a tomar una ducha. Pobre hombre.
(…)
Desperté tumbado en uno de esos elementos raros que ponen los humanos en su casa. «Muebles», se llaman. Este era de tipo «cama». La humana estaba sentada a mis pies. Me hizo un gesto para que me levantase, y me llevó a otra estancia.
Sobre una mesa, otro «mueble» terrestre, había varios «platos» —los llaman así, sí—, que contenían porciones de aspecto orgánico, animal y vegetal. Me hizo gestos de que me llevase aquello a la boca. Una invitación a comer. Eso funciona igual en todas las especies.
La comida de la Tierra me pareció muy sabrosa. Mucho más que las gelatinas y las cremas que tomamos en Pochol-O. Además, hay que usar los dientes para reducirla a piezas pequeñas que se puedan tragar, Me pareció muy divertido, y comí con muchas ganas. Llevaba muchas horas sin alimentarme.
(…)
¡Chicas que manera de comer! Devoraba. No sé cuántos días haría que no echaba algo al estómago, pero fue visto y no visto, el plato vacío en un santiamén. Mientras que le limpiaba la boca llena de migas, porque ya me estaba dando grima verle cerdear así, me miraba fijamente. De repente articuló algunas palabras: «po-cho, po-cho» y se echó mano al bolsillo, extrayendo un pequeño aparato, tipo móvil, mientras lo señalaba y decía: «chupi, chupi»… Me estaba poniendo de los nervios.
(…)
La hembra humana me miraba mientras comía, y yo quería aprovechar para establecer comunicación con ella. Quise hablar en su lengua, pero no me salían las palabras. Lo único que podía decirle con seguridad era el nombre de mi planeta, pero no reaccionaba. No debía de conocerlo.
Pensé que a lo mejor el C.H.U.P.I. tenía alguna función de traductor cósmico. Confieso que no me he leído las instrucciones completas. Lo saqué de un bolsillo, y vi que se alarmaba. Lo mismo pensaba que era un arma. Tenía que hacerle comprender que no quería hacerle daño. Así que le dije el nombre del dispositivo, pensando que todo el mundo sabe qué es un C.H.U.P.I. Pero no pareció hacerle mucha gracia. Me lo quitó de las manos, y lo dejó en un rincón.
(…)
—¡A ver, moñas, que coño dices! —Ya me estaba calentando—. Tanta ch… ¡Mira que eres un tipo raro, joder!
Chicas, de verdad, lo que sigue es un poco fuerte. Pero como sé que os gustan las situaciones bizarras, pues sigo.
—Venga, ¿qué te parece si te das una ducha? No sé por qué has aparecido por aquí y a dónde vas, pero a donde sea, por lo menos limpio.
Me lo llevé otra vez al dormitorio. Tenía que arreglármelas para animarle a que se desvistiera. Le pedí que se quitara la ropa mientras yo preparaba la bañera de hidromasaje, esa tan guay que instalé hace unos meses y que os dije que sería la bomba, por todas las combinaciones posibles de intensidades de presión y temperaturas.
(…)
En cambio me llevó otra vez a la sala donde estaba la «cama», y me hizo señas para que me quitase la ropa de humano… ¿Sería un ritual local de bienvenida? Obedecí, y me la quité. Mientras me desvestía, la vi cómo llenaba un recipiente enorme con agua. Me acordé de la clase de sociología terrícola. El baño, esa costumbre que tienen los habitantes de la tierra para quitarse la suciedad de encima con agua, en vez de exfoliarse la piel con piedras como hacemos nosotros. A lo mejor era buena idea probarlo…
(…)
Cuando volví a la habitación… ¡joder! Y no lo digo por la ausencia de ombligo. Lo que vi era digno de exclamación. ¡Increíble, tías! Y además aun estando en reposo era, bueno, ya sabéis… como a mí me gustan (y a vosotras, guarras). Jajajaja.
«Carolina, trátame bien o al final te tendré que comer». Esa canción me encanta y se me vino de repente a la cabeza, no sé por qué (ji ji).
—¿A dónde irás tú con eso que tienes? —le pregunté en un tono alto como si fuera sordo o extranjero. Lo mismo era de la estepa rusa, con su aspecto transparente…
(…)
No me dejó pensármelo. Me tomó de la mano, y me ayudó a entrar en el recipiente. Como no tenía mi procesador a mano, no supe cómo se llamaba. Sí que el líquido estaba tibio, y que el cuerpo se sentía bien dentro.
Pero no podía olvidarme de mis obligaciones. Tenía prisa por comunicarme con los míos.
Si no conocía el nombre de mi planeta, quizá sí supiera de la existencia de la base de Marte. Así que probé a decirle que quería ir allí. «A Marte, A Marte». Total, muy lejos de la Tierra no está, seguro que había una manera de que pudiese viajar allí.
(…)
«A-marte, A-marte. A-marte, A-marte».
¿Qué queréis? ¿Qué creéis que hice, conociéndome como me conocéis, y lo golosa que soy? jajajajaja.
Lo metí en la bañera. El agua estaba deliciosa. Se dejó llevar y se sentó. Aquello con la temperatura tibia estaba todavía más prometedor. —¿Amarte? ¡A comerte, cabrón, que estás buenísimo! —me dije por lo bajini mientras me ponía de rodillas para dejar que mi mano navegase en el agua, con una tentación irremediable a jugar a buzo explorador…
(…)
Pero ella me dice palabras que no entiendo, y mete una mano en el agua que va a parar precisamente… ahí. Noto un estremecimiento. Por muy humana que sea, no deja de ser hembra.
Dicen que estar sin ropa con una hembra de la colonia venusina da gustito. A lo mejor con una terrícola también funciona. ¡Ay, si pudiese hablar su idioma con soltura!
Le pediría que se quitase la ropa ella también, y…
¡Anda! ¿Qué hace con la mano? ¡Uy! Pues sí que da gustito, sí
Es una gozada esta costumbre terrestre. El calorcito, el gustito de que te toquen… Se me cierran los ojos… Hummm qué placer…
(…)
Manipulé el mando para ajustar la temperatura… mmmmm
Lentamente, a fuego lento, tu mirada, como dice Rosanna…
Mi dieta proteica me lo agradecerá. En su jugo. Y me dejé la parte más exquisita para el final… no sin antes jugar con mi lengua un poco.
Al pobre le hubiese gustado MU-CHO, estoy segura.
Cuando queráis me hacéis una visita. Tengo caldo para varias semanas, recién hecho. Nuestra Nebraska está triste sin vosotras, golfas. A ver si levantan las restricciones y nos podemos ir de caza juntas, como la última vez que fuimos a España.
Guapas, os quiero