Despecho

Era el beso más dulce de su vida. Dulce y apasionado. Correspondido por Rosalía con la misma entrega. Que quisiera hacer el amor con ella allí mismo y en ese mismo instante, entre los arbustos de un rincón oscuro del parque, era lo más natural. Se estrujaba la mente en busca de la forma de decírselo, cuando del bolso de la muchacha brotó el pitido impertinente de un mensaje en su teléfono móvil.

—Mi padre.

«¡Me cago en él!», refunfuñó el cerebro de Jaime al ver interrumpida la declaración devota y jadeada en que estaba empeñado.

—Dice que me dé prisa, que me espera en la glorieta. ¡Uy, claro! Son las diez. Ni cuenta me había dado. Bueno, cielo, ¿hablamos después de cenar?

La gloria del beso más dulce y apasionado, etcétera, se hizo derrota de un apresurado pico de despedida.

Derrotado el amante, ofendido el hombre, Jaime siguió a Rosalía para verla montarse en el coche de su padre, un Volkswagen gris oscuro metalizado, con matrícula…

La dislexia no le permitió fijar la matrícula en su memoria. Pero aquello no se repetiría, se juró con ánimo sombrío mientras palpaba las cachas de la navaja escondida en un bolsillo de sus tejanos.

Pocos días después, la Policía Local iniciaba una investigación motivada por las numerosas denuncias de propietarios de Volkswagens que se habían encontrado sus coches con las cuatro ruedas rajadas. Todos eran de color gris oscuro metalizado.

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